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Shirley Glaser representa para mí las conexiones mágicas. Mirá: tiene con su marido una casa en Woodstock desde fines de los 50. Es amiga de Albert Grossman, el productor y entrepeneur que se convirtió, hace ya décadas, en una figura central de la música norteamericana (manager de Janis Joplin, The Band, John Lee Hooker, Gordon Lightfoot, entre muchos más. Ah, y que entre 1962 y 1970 representó a Bob Dylan).
En 1963 Shirley encontró una casa vecina que le pareció adecuada para su amigo, se la sugirió, y éste la compró. En 1963 Shirley encontró otra casa en el pueblo y pensó que era perfecta para Bob (Dylan). No es una exageración decir que la combustión que este barrio produjo, junto con el festival de 1969, convirtió a Woodstock en el mito que hoy representa.
Incidentalmente, Shirley está casada con Milton Glaser, seguramente el diseñador más influyente de la historia y mi favorito, junto con Alan Fletcher. En 1967 la gente de Columbia Records le encargó a Glaser el diseño de un poster que aparecería dentro de un Greatest Hits de Dylan. El poster, un icono de la historia del diseño, combina influencias de Duchamp, psicodelia, Art Nouveau y tipografía callejera mejicana mezclados en la licuadora de Milton.
Durante mi infancia este poster estuvo colgado en mi casa como uno entre varios. Crecí sabiendo que era importante por más razones que las que puedo explicar.
Todos sus posters están firmados al pie con una oblea con forma de supositorio que dice MILTON GLASER. Este en particular decía DYLAN también, claro.
Muchos años después, en julio de 2016, estando en Nueva York, quise conocer a mi héroe. Lo había visto una vez en Buenos Aires en los 80 y otra vez en Londres en los 90, pero nunca lo saludé ni intercambié palabra con él. Le escribí, temeroso y contesó inmediatamente. -Te espero, dijo. Entonces llegué con Bárbara a su Estudio en East 32, raramente confiado y orgulloso de no se qué. Nos recibió con un abrazo, nos mostró sus juguetes y su libro nuevo, contó sus historias y fue una visita encantadora. Hacia el final tuve el impulso de contarle algo ¿si no de qué hablás con tu héroe? Le conté que teníamos dos hijos, que ambos sabían bien quién era él, y que cuando tuvimos que ponerle nombre al primero, tras pergeniar infructuosamente listas inconducentes, pensé en Dylan, y no porque Bob fuera mi músico favorito sino porque mi recuerdo de ese poster estaba atado a cientos de emociones, evocaciones y decisiones que signaron mi vida, incluyendo elegir mi profesión, y en enorme medida, mantener la fascinación gracias a la inspiración interminable de su autor.
-That’s so sweet! And a lovely story, -dijo, con la mejor sonrisa del mundo del diseño. -Thanks Milton, but that’s not all, -dije. Se calló, sorprendido, con el ceño fruncido por la curiosidad.
Dos años después, -seguí contándole-, nació mi segundo hijo. Con el mismo reflejo que dos años antes, hicimos las listas, ningún nombre parecía acompañar la emoción del primer nombre, y pensé que Milton era tan hermoso como Dylan. Claro, estuvo en el mismo poster, escrito junto a Dylan, durante toda mi infancia y lo leía todos los días. La elección reflejó alguna forma de justicia poética. ¿De dónde sacar otro nombre con una microépica parecida? Su sonrisa se hizo aún más grande y cálida. -Connections!, dijo. -I love connections. Algo que hice hace 50 años me vuelve de tu mano y es parte de tu vida.
-I’ll tell you a story you are going to love. Y me contó lo de Shirley y Grossman y las casas y Woodstock. -And here we are today, estamos conectados de maneras misteriosas, concluyó.
Lorenzo Shakespear.
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